Por Alejandro Higuera Matas
Alejandro Higuera Matas es licenciado en Psicología por la Universidad de Granada y doctor en Psicología (Psicobiología) por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Desde su tesis doctoral siempre se ha centrado en los efectos a largo plazo de la exposición a cannabinoides (sintéticos y naturales) en la adolescencia, con especial interés en la Teoría de la Puerta de Entrada. Actualmente es Profesor Titular de Psicobiología en la Facultad de Psicología de la UNED. Autor de más de cuarenta artículos científicos sobre cannabinoides, modelos animales de adicción y de patología dual. Ha dirigido 6 tesis doctorales y es Investigador Principal o Colaborador en más de 15 proyectos de investigación nacionales e internacionales. Ha sido investigador visitante en el National Institute for Medical Research en Londres, en la Mount Sinai School of Medicine de Nueva York, el Scripps Research Institute en Florida y en la Universidad de Cambridge del Reino Unido y conferenciante invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México y en congresos nacionales e internacionales.
"A ver si sales de la edad del pavo", "vaya adolescencia mala que estás teniendo", "los adolescentes no respetan nada" ... Estas frases son representativas de la visión, en algunos casos negativa, que la sociedad tiene de los adolescentes. Quizás no haya una etapa del desarrollo humano más sujeta a prejuicios y desconocimiento. A pesar de ello, las investigaciones científicas sobre la adolescencia y el desarrollo cerebral en esta etapa están viviendo una edad dorada, y es que, verdaderamente, la adolescencia es un período del desarrollo que resulta apasionante.
Ya a principios del siglo XX, el psicólogo estadounidense Graville Stanley Hall decía "la adolescencia es un nuevo nacimiento, pues es cuando los rasgos más elevados y completamente humanos nacen". ¿Qué es lo que está pasando por la cabeza de los adolescentes? Pues ojalá lo supiéramos, aunque algunas pistas sí tenemos; las investigaciones psicológicas realizadas en las últimas décadas han señalado algunos aspectos que merece la pena resaltar. En primer lugar, hay un cierto consenso en que el paso por la adolescencia implica realizar una serie de "tareas vitales" como son el "diferenciarse" en el sentido de desarrollar una identidad propia y buscar la autonomía. También, los adolescentes deben de buscar su sitio, "encajar" estableciendo lazos en los que se encuentren cómodos y alcanzar la aceptación por parte de sus iguales. Por otro lado, los adolescentes también tienen que satisfacer las expectativas que se tiene de ellos, una especie de "dar la talla", lo que implica desarrollar ciertas competencias y habilidades. Por último, también tienen que involucrarse con actividades, creencias, y metas particulares [1]. Todo ello puede condensarse en lo que los psicólogos denominamos "crear una identidad propia", un "self".
Una de las nociones asumidas más frecuentemente es que la adolescencia es un período en el que abundan las conductas de riesgo. Se ha sugerido que uno de los motivos por los que los adolescentes pueden incurrir en este tipo de comportamientos es el fracaso en alguna de las tareas mencionadas anteriormente. Algunos ejemplos de estas "conductas de riesgo" pueden ser el mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, el uso y abuso de alcohol y otras drogas o la conducción temeraria (sobre todo en aquellos países en los que los adolescentes más jóvenes ya pueden conducir). Sin embargo, como suele ser lo habitual, las cosas no son tan sencillas. Hay una variable crítica que tenemos que considerar cuando hablamos de la conducta adolescente y es la influencia del grupo de iguales, es decir, de los amigos y compañeros. Para ilustrar esto, resulta interesante un estudio realizado por Lisa Knoll en el grupo de Sarah-Jayne Blakemore, una de las neurocientíficas de la adolescencia más relevantes. En este estudio se pidió a personas de diferentes edades (en realidad eran visitantes del Museo de Ciencias de Londres, en donde se hizo el experimento) que valoraran el nivel de riesgo presente en diferentes situaciones (desde cruzar la calle con el semáforo en rojo a ir en bicicleta sin casco o caminar por un callejón oscuro). Una vez que los participantes valoraron las diferentes situaciones, se les mostró la valoración que de las mismas habían hecho los demás, o al menos esto es lo que se les dijo, porque en realidad las valoraciones de riesgo que se les enseñaron fueron generadas por un ordenador. Acto seguido, se les pidió que volvieran a valorar las situaciones anteriores. Lo importante es que se les dijo que las valoraciones provenían bien de personas adultas o bien de adolescentes. Los resultados fueron sumamente interesantes. Por un lado, todos los participantes, independientemente de su grupo de edad, cambiaron sus valoraciones tras ser expuestos a las valoraciones de "otros", lo que señala la influencia de los demás en nuestros juicios. Pero quizás lo más interesante de todo es que si bien todos los grupos de edad se veían influidos si se les indicaba que las valoraciones procedían de personas adultas, los adolescentes más jóvenes mostraron una tendencia contraria. Solo modificaban la evaluación del riesgo si se les indicaba que las opiniones que se les habían mostrado procedían de otros adolescentes. [2] (Ver Figura 1).
Figura 1: El efecto de la influencia social en la percepción del riesgo. Adaptada de Knoll et al.
Tal y como concluye S.J. Blakemore, el grupo de adolescentes más jóvenes es muy interesante porque demuestra que en esa edad comienza a cuestionarse la autoridad de los adultos y pesa más la opinión de otros adolescentes. Estos datos son muy importantes a la hora de diseñar campañas de prevención dirigidas a este grupo de población, porque indican que las figuras "modelo" a las que se presta más atención en la adolescencia temprana son los propios adolescentes y que los mensajes preventivos deben de proceder de estas figuras [3].
Todos los cambios que atraviesan los adolescentes en su psicología desde la infancia a la edad adulta se acompañan de modificaciones importantes en su arquitectura cerebral. Por ejemplo, la cantidad de sustancia gris (los cuerpos celulares de nuestras células nerviosas) en el cerebro adolescente muestra una tendencia decreciente entre los 15 y los 20 años en ciertas estructuras como el tálamo (implicado entre otras cosas en procesos sensoriales) o el cuerpo estriado (que tiene funciones de coordinación motora y aprendizaje de hábitos conductuales). En otras estructuras como el hipocampo (implicado en procesos de memoria) o la amígdala (que se encarga, entre otras muchas funciones, de la regulación de las emociones) se observa un cierto incremento hasta los 15 años de edad, para luego darse una estabilización o un pequeño descenso. Aunque estos cambios suelen ir en paralelo en chicos y chicas, en algunas estructuras como el cerebelo, parece que siguen trayectorias diferentes en función del sexo [4]. Por otro lado, otro de los cambios importantes que ocurren durante el desarrollo cerebral en la adolescencia es el fortalecimiento de las conexiones entre las diferentes partes del cerebro. Para que esto ocurra, deben de darse dos procesos. El primero de ellos es un incremento en la mielinización (es decir, recubrimiento con capas de mielina) de los axones de las neuronas, que puede durar hasta los 30 años o incluso más. La mielina es una sustancia aislante que favorece la conducción de los impulsos nerviosos y este proceso de mielinización es crucial para el normal funcionamiento del cerebro. El segundo de ellos, la proliferación de las sinapsis inhibitorias, que actúan a modo de amortiguadores o conmutadores, favoreciendo que los impulsos nerviosos se den únicamente en las neuronas adecuadas [5].
¿Dónde queda el sistema endocannabinoide -SEC- en todo esto? En los últimos años, la investigación ha mostrado que durante la adolescencia también se observan cambios en los diferentes componentes del SEC. Diversos experimentos en modelos animales han puesto de manifiesto que los niveles de los dos endocannabinoides más importantes, la anandamida y el 2-araquidonil glicerol (2-AG) sufren variaciones durante el desarrollo adolescente [6]. En seres humanos también se ha demostrado que existen variaciones en el número de receptores CB1 (otro de los elementos del SEC) con la edad [7]. Aunque no se sabe con claridad, es muy posible que estas variaciones contribuyan y orquesten la maduración de los otros sistemas de comunicación interneuronal, que también ocurren en la adolescencia. Así las cosas, tenemos, que lejos de lo que se pensaba tradicionalmente, durante la adolescencia están ocurriendo muchos procesos madurativos importantes en el cerebro en general y en el SEC en particular. Por ello, cualquier alteración en estos procesos puede tener consecuencias potenciales para el desarrollo cerebral y psicológico del individuo.
Quizás uno de los aspectos que más preocupen en este sentido es la exposición a situaciones vitales estresantes o a otro tipo de circunstancias como el consumo de sustancias psicoactivas (drogas de abuso o incluso algunos medicamentos psicótropos), puesto que se ha observado que estas situaciones, cuando ocurren en este periodo de gran vulnerabilidad pueden tener consecuencias importantes para el desarrollo del individuo y que no se dan cuando estas circunstancias tienen lugar en la etapa adulta. Sin embargo, también es cierto que la gran maleabilidad del cerebro adolescente podría suponer una ventaja a la hora de introducir estrategias reparadoras. Piénsese en un adolescente que ha experimentado el trauma de la guerra, o del maltrato. Es muy probable que estos eventos puedan condicionar su desarrollo psicológico y cerebral, pero también es posible que esta etapa adolescente, con la gran plasticidad cerebral y conductual que tiene asociada, abra una oportunidad para corregir las consecuencias negativas de estos traumas. Esta doble perspectiva es la que he querido llamar "Esperanzas y Temores".
Los Temores
Se ha hablado muchísimo del posible efecto negativo del consumo de cannabinoides durante la adolescencia. No es mi intención repasar aquí todos los datos disponibles, con sus puntos fuertes y débiles, no acabaríamos nunca. Me voy a centrar en dos aspectos en los que en hemos investigado en mi laboratorio en los últimos años. El primero de ellos es la conocida teoría de la Puerta de Entrada. Se ha sugerido que el cannabis podría ser una de las drogas que predispusieran al consumo de otras drogas "más duras" en la edad adulta. Conviene mencionar aquí que en su versión inicial esta teoría anteponía el alcohol y el tabaco al cannabis, por lo que habría una secuencia concreta de eventos que configurarían esta vulnerabilidad [8] [9]. Esta hipótesis inicial ha tenido defensores y detractores y desde las neurociencias se ha intentado establecer si pudiera existir alguna base biológica para la misma. Los diferentes estudios sugieren que, si se administra THC o un cannabinoide sintético más potente a ratas adolescentes, el consumo de morfina, cocaína o heroína aumenta en la edad adulta [10]. Estas investigaciones han estudiado aspectos relacionados con el consumo de la droga, la motivación por la misma o la recaída, pero no han examinado otras características cruciales de la conducta adictiva, como por ejemplo la pérdida de control sobre el consumo o la naturaleza compulsiva del mismo (es decir seguir consumiendo o buscando la droga a pesar de las consecuencias negativas). Además, en la mayoría de los casos, solo se ha investigado con animales macho, por lo que los datos en hembras (y la posible extrapolación que se pudiera hacer a las adolescentes) resulta, a día de hoy, complicada. Me gustaría recalcar que estos estudios en animales, con todas las fortalezas que tienen, deben de mejorar algunos aspectos de cara al futuro, por ejemplo, incluir cannabidiol (CBD) en el tratamiento adolescente (con proporciones THC:CBD semejantes a las obtenidas en las variedades de cannabis que consumen los adolescentes) y también permitir que sea el animal el que consuma la mezcla de cannabinoides durante la adolescencia en lugar de administrársela a través de una inyección o inhalada. Es cierto, sin embargo, que los modelos animales cada vez son más sofisticados y nos van a permitir establecer una posible base biológica sobre esta potencial Puerta de Entrada, separando la contribución relativa del cannabis de las de otras drogas que se consumen con frecuencia en la adolescencia, como son el alcohol y el tabaco.
Otro de los temores de los que más se habla es el de la relación que existe entre el consumo temprano de cannabis durante la adolescencia y el potencial para desarrollar algún trastorno del espectro de la esquizofrenia. La evidencia recogida hasta la fecha permite hablar de esta asociación [11], aunque los estudios genéticos y epidemiológicos no son concluyente sobre la dirección entre causa y efecto (o sobre qué es primero, el huevo o la gallina). En cualquier caso, este temor, fundado, también abre la puerta a la primera de las esperanzas.
Las Esperanzas
Los estudios en modelos animales sugieren que la administración de cannabinoides (bien sea el propio THC o el CBD) pueden tener efectos correctores sobre las acciones deletéreas de eventos vitales estresantes o el consumo prolongado de drogas de abuso. Por ejemplo, el CBD administrado durante la adolescencia es capaz de revertir los déficits atencionales y las alteraciones dopaminérgicas observadas en un modelo animal de síntomas relacionados con la esquizofrenia [12].
Los cannabinoides sintéticos administrados a la dosis adecuada durante la adolescencia también son capaces de mejorar hasta cierto punto los déficits conductuales y las alteraciones en la plasticidad sináptica (la capacidad de nuestras neuronas de aumentar o disminuir la fuerza de sus contactos como consecuencia de la experiencia) causadas por el estrés intenso.
Por último y en relación a los efectos sobre el consumo de drogas, una investigación en ratas mostró que la exposición a THC durante la adolescencia era capaz de bloquear lo que los investigadores llamaron "dependencia opioide" que se daba en los animales expuestos a una situación estresante, esta vez durante su infancia, la separación de su madre [13].
Siempre digo que no existen respuestas sencillas a preguntas complejas y desde luego todo lo relacionado con el desarrollo durante la adolescencia y sus posibles alteraciones es una problemática que bien se puede calificar de compleja. En el momento actual, el único curso de actuación sensato es hacer una lectura atenta y tranquila de los datos de los que disponemos, realizar más investigaciones y recopilar más información con la esperanza de que, en el futuro, podamos cortar el nudo gordiano al que nos enfrentamos en la actualidad.
Trabajos citados
[1] Institute of Medicine (US) and National Research Council (US) Committee on the Science of Adolescence, «The Science of Adolescent Risk-Taking: Workshop Report,» National Academies Press (US), Washington, 2011.
[2] L. J. Knoll, L. Magis-Weinberg, M. Speekenbrink y B. Sarah-Jayne, «Social Influence on Risk Perception During Adolescence,» Psychological Science, vol. 26, nº 5, pp. 583-592, 2015.
[3] S.-J. Blakemore, Inventing Ourselves. The Secret Life of the Teenage Brain, Londres: Transworld Publishers, 2018.
[4] L. Foulkes y S.-J. Blakemore, «Studying individual differences in human adolescent brain development,» Nature Neuroscience, vol. 21, pp. 315-323, 2018.
[5] V. Molina, El Cerebro Adolescente. La construcción de la identidad., Barcelona: RBA, 2017.
[6] M. Ellgren, A. Artmann, O. Tkalych, A. Gupta, H. Hansen, S. Hansen, L. Devi y Y. Hurd, «Dynamic Changes of the Endogenous Cannabinoid and Opioid Mesocorticolimbic Systems During Adolescence: THC Effects,» European Neuropsychopharmacology, vol. 18, nº 11, pp. 826-834, 2008.
[7] K. V. Laere, K. Goffin, C. Casteels, P. Dupont, L. Mortelmans, J. d. Hoon y G. Bormans, «Gender-dependent Increases With Healthy Aging of the Human Cerebral Cannabinoid-Type 1 Receptor Binding Using [(18)F]MK-9470 PET,» Neuroimage, vol. 39, nº 4, pp. 1533-1541, 2008.
[8] D. Kandel y E. Kandel, «The Gateway Hypothesis of substance abuse: developmental, biological and societal perspectives.,» Acta Paediatrica, vol. 104, nº 2, pp. 130-137, 2015.
[9] D. Kandel, «Stages in adolescent involvement in drug use,» Science, vol. 190, pp. 912-914, 1975.
[10] A. Higuera-Matas, M. Ucha y E. Ambrosio, «Long-term Consequences of Perinatal and Adolescent Cannabinoid Exposure on Neural and Psychological Processes,» Neuroscience and Biobehavioral Reviews, vol. 55, pp. 119-146, 2015.
[11] A. Levine, K. Clemenza, M. Rinn y J. Lieberman, «Evidence for the Risks and Consequences of Adolescent Cannabis Exposure,» Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, vol. 56, nº 3, pp. 214-225, 2017.
[12] F. V. Gomes, F. S. Guimaraes y A. A. Grace, «Effects of Pubertal Cannabinoid Administration on Attentional Set-Shifting and Dopaminergic Hyper-Responsivity in a Developmental Disruption Model of Schizophrenia,» International Journal of Neuropsychopharmacology, vol. 18, nº 2, 2014.
[13] L. J. Morel, B. Giros y V. Daugé, «Adolescent Exposure to Chronic delta-9-tetrahydrocannabinol Blocks Opiate Dependence in Maternally Deprived Rats,» Neuropsychopharmacology, vol. 34, pp. 2469-2476, 2009.