Por Paola Pineda Villegas
Médica y Cirujana por la Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Derecho Médico por la misma universidad. Master en VIH por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Forma parte del grupo Curativa de investigación en cannabis medicinal.
Hace unos años, con un paciente que no respondía a ningún tipo de tratamiento convencional, se dio a la tarea de encontrar nuevas alternativas para el manejo de su dolor y fue ahí donde empezó a utilizar cannabis con fines terapéuticos. Tuvo luego la oportunidad de acompañar las primeras discusiones en el congreso de la república y alli conoció a madres de niños con epilepsia refractaria que estaban buscando asesoría médica para el tratamiento de sus hijos. Lo inició en su tiempo libre, hoy dedica el 100% de su vida profesional al tema. Ha estado involucrada en el manejo de más de 1800 personas que han buscado en el cannabis una herramienta terapéutica.
Esta serie de crónicas relata la experiencia personal de un médico que receta cannabis medicinal en su país. Cada artículo está narrado en primera persona y cuenta la experiencia subjetiva de cada experto.
"Los médicos podrían hacer cosas muy grandes que nunca han imaginado, si creyeran más en su propio poder interior y fortalecieran el de sus pacientes conectándose con ellos. Para lograrlo, no deberían desahuciar sus capacidades científico- técnicas ni su fuerza espiritual como seres humanos. Si su grandioso saber lo hermanaran con la fuerza descomunal que emana del espíritu, una nueva forma de pensar y actuar sorprendería a la ciencia médica y los enfermos sin esperanzas."
– Tomado del libro El Médico desahuciado, Alfonso Tamayo Tamayo.
Como todos los días en los últimos años de mi práctica clínica en el programa de atención integral a personas con VIH, tenía en mi agenda a un paciente que venía atendiendo hacía unos meses, su infección estaba controlada, con una carga viral indetectable y un buen conteo de linfocitos CD4, era muy adherente a su tratamiento antirretroviral, sin embargo, tenía un dolor en la cadera y un insomnio que no respondían al manejo convencional. Ese día, me planteó interrumpir su tratamiento para el control de la infección y así dejar que esta siguiera su curso, dado el impacto negativo que la falta de sueño y el no control del dolor estaban teniendo en su calidad de vida.
Le propuse que nos diéramos un mes y que entre los dos buscáramos otras herramientas terapéuticas. Y así fue, un mes después en nuestro control médico habitual, me propuso usar cannabis con fines terapéuticos, mi respuesta inmediata fue afirmativa, mis conocimientos sobre el tema eran los que traía desde la universidad del área de toxicología. A los tres días de haber iniciado cannabis, el paciente, me llamó para comunicarme que había dormido muy bien y que el dolor había disminuido en un porcentaje importante. Fue en ese momento donde se despertó en mí el interés por esta maravillosa planta.
Empecé a buscar información y encontré que desde los años noventa ya se hablaba de un sistema endocannabinoide, que se cree nos acompaña desde el principio de la evolución como especie humana, y que tiene un papel fundamental en la homeostasis o el equilibrio.
Empezaron a aparecer personas vinculadas al tema, los primeros de ellos, dos ingenieros que tenían una empresa en Medellín donde preparaban productos tópicos, los cuales estaban siendo de mucha utilidad en personas con dolor de diferentes causas que no habían encontrado respuesta en la medicina convencional basada en la evidencia que ejercí desde que me gradué como médica.
Con ellos llegamos a las primeras discusiones en el congreso de la república en el año 2014, donde se estaba hablando de la reglamentación del cannabis con fines medicinales en nuestro país. Cabe recordar que para ese momento existía en Colombia la Ley 30 de 1986, que permitía el uso de cannabis con fines medicinales, pero eso no se había reglamentado, y fue por esa ley que muchos de los que hoy trabajamos en este campo, nos sentimos respaldados.
En ese momento, entendí, que por allí debía seguir caminando. Conocí en el debate en el congreso a las familias de niñas y niños con epilepsia refractaria que venían impulsando el tema, explorando nuevas alternativas para mejorar la calidad de vida de sus hijos y de toda la red de apoyo. Debo confesar que mis conocimientos de epilepsia eran muy limitados y que cuando una persona en el programa de VIH presentaba una convulsión lo remitía de inmediato al especialista en neurología. Claro que tuve miedo, pero siguiendo mi intuición acepté iniciar tratamiento a dos de estas niñas. Hoy mirando hacia atrás, si hubiera primado la razón, sobre el corazón y la intuición, no estaría contando esta historia.
Con una firme convicción de la importancia del trabajo en equipo, y sin olvidar que mi campo de acción no era la neurología, empezamos a trabajar con estas niñas. Las familias aceptaron, pues la opción que estaban contemplando era desplazarse a California para buscar acceso a cannabis medicinal, lo cual implicaba una ruptura familiar, empezar de cero con las implicaciones sociales, culturales, anímicas y económicas en unas familias que ya estaban afectadas por la condición de sus niñas.
Teníamos para ese entonces unos extractos de cannabis, pero desconocíamos ratio de cannabinoides, contenidos por gota, en fin, todo aquello que siempre conocía en los medicamentos que formulaba.
No había más opciones, todos los medicamentos disponibles autorizados para el manejo de la epilepsia habían sido utilizados en estas niñas y no habían surtido efecto. Así, que estas familias, lo harían, con o sin el apoyo de profesionales de la salud. Recuerdo perfectamente a ambas familias, una de las niñas tuvo múltiples convulsiones durante el tiempo de la consulta, el cansancio y la desesperanza de su madre y abuelos eran evidentes.
Les entregué un frasco con extracto de cannabis con unas recomendaciones básicas, limitadas a los conocimientos mínimos que tenía para ese momento, con la indicación precisa de comunicarnos diariamente. A los 4 días, Lele entró en un estatus convulsivo que requirió manejo intrahospitalario, pero pudo más la convicción, la fortaleza y la valentía de esta madre que decidió continuar con el tratamiento. Me deje contagiar del entusiasmo de esta madre, y tercamente decidí apoyarla. Confieso que lo hice con mucho miedo, pues era un campo que apenas empezaba a explorar.
A las pocas semanas del alta hospitalaria, las crisis empezaron a disminuir de forma importante, cada vez eran más leves, los avances en la parte motora, cognitiva y conductual se hicieron evidentes, empezamos luego un descenso progresivo en los antiepilépticos orales, y todo esto nos dio la fortaleza para seguir investigando y trabajando de la mano de estas familias. Cada vez llegaban a mi consultorio más familias con casos como el de Lele, pues fue con esta familia que descubrí como las salas de espera de los hospitales y las unidades de cuidados intensivos se habían convertido en un lugar de socialización para todas estas familias.
Con el paso de los meses, cada vez era más el tiempo de mi práctica profesional que dedicaba a este tema, el cual hoy ocupa todo mi proyecto profesional y mucho del personal.
Con algunos cultivadores y transformadores, trabajábamos de cerca, si bien, las preparaciones seguían siendo artesanales, cada vez se buscaban más recursos para mejorar los procesos. Ya teníamos un grupo pequeño de pacientes con epilepsia refractaria y veníamos observando resultados favorables en muchos de ellos. Por esta razón nos pusimos a la tarea de encontrar pruebas para medir los contenidos de cannabinoides dentro de los extractos que los cultivadores venían preparando para los pacientes que atendíamos. Y fue allí donde la hipótesis que teníamos sobre un mayor porcentaje de THC en los extractos pudo ser comprobada. Esto contradecía un poco, lo que leíamos sobre el papel preponderante del CBD en el control de la epilepsia y la no indicación del THC en estos pacientes.
Con estos resultados y teniendo ya acceso a extractos con diferentes ratios, algunos con más CBD, planteamos a las familias la posibilidad de cambiar a los pacientes teniendo en cuenta lo que decía la literatura. Algunos padres decidieron seguir con extractos de mas THC con sus hijos por los buenos resultados que tenían, otros decidieron probar con más CBD, en algunos casos hubo mayor control y en otros por el contrario, hubo un retroceso, allí empezamos a entender que los protocolos con cannabis no siempre aplican, que hay que ser versátiles, y que la clave es una medicina personalizada y que el THC tan condenado por muchos era también importante en el manejo de la epilepsia.
Hoy, después de varios años en este campo, son muchas las historias por contar. Muchos aprendizajes, muchas personas han pasado por nuestro consultorio, todos grandes maestros. En muchos de ellos los resultados han sido excelentes, en otros no ha funcionado, pues como con cualquier herramienta terapéutica, las respuestas son variables y no dependen única y exclusivamente de una o varias sustancias, sino de la interacción con cada ser humano, único e irrepetible.
Aún hay mucho por caminar y por aprender. El acceso en Colombia al cannabis está permitido, se pueden cultivar en casa hasta 20 plantas para el consumo personal, lo cual será clave en el control de precios, se han conformado algunas fundaciones lideradas por familias de niñas y niños con epilepsia teniendo como base el autocultivo, allí los pacientes o familiares cultivan su propia medicina, lo cual hace parte de la terapia ocupacional y constituye un empoderamiento por parte de las y los usuarios frente a su condición de salud. Por otro lado, desde la reglamentación de la Ley 1787 de 2016 muchas empresas con inversión extranjera y otras colombianas han aplicado para tener licencias de cultivo de cannabis psicotrópico, no psicotrópico, semillas, transformación, exportación e investigación, a pesar que muchas ya tienen licencias, aún faltan algunos pasos para tener productos disponibles en el mercado. Nosotros empezamos a atender pacientes antes de todo el proceso de reglamentación, basados en la Ley 30 de 1986 y la ley de ética médica, por tanto, hoy los pacientes acceden a productos que hemos venido desarrollando con múltiples ratios y perfiles, mientras trabajamos buscando alianzas con empresas ya licenciadas para que ningún paciente vea interrumpido su tratamiento. Hay más médicos en el país que formulan cannabis y se han ido formando en diferentes seminarios que se han realizado en el país, cada vez son más los colegas interesados en el tema en diferentes regiones del país.
Como grupo de trabajo, le apostamos a las fórmulas magistrales para garantizar una medicina personalizada, al trabajo con planta completa teniendo siempre presente el efecto entourage o sinérgico, al acompañamiento a los pacientes más allá del consultorio, a terapias integrales, donde se tengan en cuenta temas fundamentales como la alimentación, el ejercicio, otras terapias alternativas y en general a la promoción de hábitos de vida saludables, que potencialicen los efectos de esta planta ancestral que finalmente está recuperando el lugar que se merece.